16 años a mi lado, eso es más de la mitad de mi vida, mi niñez, mi adolescencia y ahora, mi vida adulta.
Siempre has estado ahí, en cada recuerdo está tu presencia, tu huella, como las pisadas que dejabas en el pasillo o que te delataban cuando te subías al aparador. Siempre aquí y allá, detrás de mí, persiguiéndome, sin dejar de mirarme esperando una respuesta, una palabra, una caricia, un aperitivo en la comida, un huequito en el sofá, una invitación a una muestra de cariño.
La historia de mi vida se cuenta desde la tuya. 16 años desde que te encontré. 16 años de recuerdos, de alegrías, de mimos, de caricias, de ronroneos, de pasos sigilosos y también de correteos. 16 años de alegrías al girar la llave para abrir la puerta, de llamadas de atención, de devoción.
Ahora te busco en cada esquina. Espero verte tumbada en la cama, maullando cada mañana y procuro no despertarte. Pero ya no hay maullidos, ni ronroneos, ni si quiera tu peso sobre mi costado. Ya no estás aquí porque así lo hemos decidido, y no soy capaz de no culparme, de no castigarme. No soy capaz de dejar de pensar en qué otra cosa podría haber sido.
Tú, que siempre ofrecías cariño a cambio de nada. Tú, la primera en dar los buenos días cuando sonaba el despertador. Tú, y esa mirada de pasión y de afecto que nadie me había regalado con tanta intensidad. Tú, ajena al mundo, por y para dar tu amor.
No olvidaré esos ojos verdes que podían mirarme fijamente durante largo rato, ese hociquito húmedo, las orejas frías en invierno que yo trataba de calentar, ese pelo suave de miles de colores que ahora alcanzo a ver en todas partes, tus huellecitas dejando un rastro imborrable, ese ronroneo antes de dormir que era una nana para mis oídos, tus enérgicos maullidos de la mañana que eran lo único que me activaba, tus demandas de juego durante la noche, esos besitos ásperos tan característicos.
Pero sobre todo, tu presencia y tu cariño, el saber que al abrir la puerta estarías ahí en primera fila, el saber que al irme a la cama estarías esperando, el saber que al salir de la ducha estarías en el pasillo.
Simplemente, el saber que estarías.
Ya no estás, lo sé, pero no lo siento y eso es lo más doloroso, no puedo aceptarlo, no puedo asumir que no podré acariciarte nunca más, no puedo asimilar que te hayas ido para siempre. Por eso, cada día que abra la puerta de nuevo te buscare y lo haré aun sabiendo que ya no estás. Porque tan sólo recibo el consuelo de imaginarme tu presencia en la casa, de ver tus fotos y pensar que ha sido un mal sueño y que al final, tan sólo queda despertar.
Ahora una parte de mi vida se queda vacía. He perdido ese cariño que sólo tú me dabas de forma incansable y que sólo algunos somos capaces de entender y sentir. He perdido esa compañía vital que sólo unos pocos comprendemos, he perdido una parte de mi historia, de mi realidad, de mi hogar y, perdona mi atrevimiento, pero he perdido una parte de mi familia.
En tus últimas horas de vida me entregaste el mejor regalo: un sueño en mi regazo, un mimo, una mirada de ternura y otro de tus ronroneos. No importa qué piensen los demás, nadie sabrá nunca el dolor que me causa tu ausencia y cuánto te voy a echar de menos, pequeña.
Imagen propia
Virginia dice
Las lágrimas no me dejan escribir… Sólo decirte que yo sí te entiendo… Precioso el post pero aún más bonito es tu sentimiento hacia tu pequeña. Gracias por estas palabras y muchísimo ánimo