Hace unos días miraba la foto de un conocido en redes sociales y pensaba…qué poca naturalidad y qué poca personalidad. Al final se ve empujado a subir fotos que no distan del estilo de otras miles, que se suben por la inercia no de una moda en sí, sino del afán de decir “yo también quiero, yo también puedo”.
Quizás no hayas corrido más que tres km en un año, pero compartes una y otra vez esas zapatillas multicolor de 3 cifras, que con lo que te han costado tendrás que lucirlas en algún sitio. Hay algunos y algunas que hace un par de años se quedaron con muecas congeladas que se repiten una y otra vez en cada selfie. Se forran de filtros que eliminan las arrugas y el sentido mismo. Una charca verde que se transforma en un exótico mar de aguas turquesas. Un rostro agotado y amargado que se convierte en la cara misma de la felicidad al cuadrado. Otros rodean su vida de imágenes en entornos indescifrables que acompañan de frases llenas de palabras recurrentes y desgastadas. Imágenes y citas que, en ocasiones, no hacen otra cosa que ocultar una vida marcada por una rutina insulsa o una soledad acaparadora.
Tal vez sea su vía de escape, o tal vez en esa red de postureo puedan destacar entre la multitud. Pero discúlpame si lo etiqueto de aburrido y falto de autenticidad. Precisamente es eso lo que me ha llevado a estar algo desconectada de las redes en los últimos meses. Todo se torna repetitivo e incluso cargante, hasta el punto de eliminar todo el interés. Es de esta manera cuando entiendo por qué muchas personas no terminan de verle el sentido a este mundo 2.0.
Y es que se pierde todo. Se pierde la esencia de las personas, las luces y sombras, la mirada directa a los ojos, las fotos que nadie espera y que inmortalizan la vida tal y como es, se difumina la personalidad, se emborrona la autenticidad, se mata la espontaneidad y nos dejamos llevar por una corriente de modas absurdas y repetitivas.
Se actúa de acuerdo a la mayoría, empujados por lo que hace el rebaño, sin tener muy claro qué aporta, ni si quiera si me apetece, ni si quiera si es real. Tan solo se hace porque el de mi lado lo hace, porque todos hablan de ello, o lo que es peor, porque una red social lo recomienda.
Todos quieren ganar un like, una manita, un amigo, un seguidor, un corazón, unos segundos de atención. Nadie quiere quedarse fuera, nadie quiere ser olvidado o ignorado, nadie quiere no estar, no ser.
Y así todos pasamos a formar parte de este juego, aunque algunos crean que se resistan, todos formamos parte de este borreguismo desprovisto de personalidad.
Pero afortunadamente, también se ha ganado. Mientras unos adoptaban el postureo en gimnasios apretando brazo hasta reventar, con efectos de bronceado cobrizo artificial, otros desplegaban todas sus habilidades y capacidades en soportes gratuitos de gran difusión. ¡Y bendito el momento! Se ha ganado mucho. Personas que han sabido hacer de una cámara de un teléfono, de una app o de unos cuantos caracteres, auténticas maravillas. Gente que ha encontrado un canal donde proyectar todo su esplendor, donde poder plasmar sus ideas con total libertad, donde nadie les ha puesto una barrera, ni una limitación, ni les ha hecho una entrevista de entrada, ni les ha matado su creatividad. Millones de palabras provistas de originalidad, de argumentación y de calidad. Cientos de imágenes que transmiten experiencias, mensajes y sensaciones reales. Multitud de consejos, ideas, recomendaciones, impresiones, reclamos, innovaciones, llamamientos de la mano de personas normales pero que consiguen destacar entre la multitud.
Por eso he recordado lo valioso e interesante que puede llegar a ser este mundillo. Y el abanico de posibilidades que nos ofrece. Gente que puede o no vivir de esto, pero que decide aportar y compartir con millones de personas todo su talento, sin miedo a críticas. Despliegan todos sus recursos low cost y consiguen diferenciarse, alzar su voz y hacerse un pequeño hueco en un mar de proactividad y, a la vez, de empalago.
El postureo agota, se torna repetitivo, cansino, insípido e incluso empachoso. Hace de las redes un soporte plano, carente de funcionalidad. Mientras tanto, otros explotan el máximo potencial que ofrece este mundo social, luchan contra las commodities, apartan a manotazos la producción en masa. Afloran su talento y nos lo ponen en bandeja, directamente ahí, para toda la humanidad.
Para algunos menos familiarizados con las redes sociales, esa masa de artificialidad puede eclipsar algo mucho más bonito, más original y más enriquecedor. Se trata de un catálogo variado a tu entera disposición, del que puedes disfrutar, con el que puedes entretenerte e incluso inspirarte.
Te invito a probarlo, quizás te guste. Tratar de ser un poco más tú mismo, sin imitaciones. Yo misma he subido fotos de zapatillas, de comida, de animales, de juergas y por qué no decirlo, de postureo español. Pero también me he negado al borregismo porque sí y he tratado de actuar conforme a lo que realmente me llena, encontrarle algún sentido a lo que hago. Y a la vez, me he enganchado a las redes y al 2.0, para qué negarlo, pero con el objetivo de compartir y de poder disfrutar de lo que otros comparten.
Porque bajo esa capa de postureo reiterado y, en demasiadas ocasiones, de absurdez, habitan seres magníficos que tratan de hacerse su hueco con más o menos éxito y de los que podemos aprender y disfrutar, generalmente, sin entregar nada a cambio. No es necesario que te conviertas o aspires a uno de ellos, hay hueco para todas las figuras y colores, para los que regalan lo que tienen y para los que disfrutan con cariño de ello.
Por eso, y a pesar de haberme desconectado y en algunos momentos desilusionado, una vez más te empujo a entrar y me comprometo a contribuir y a poner mi granito de arena desde mi versión más real y personal.
Beatriz Valero
Imagen de cabecera: morguefile.com
David Barreda dice
Hola Beatriz,
Felicidades por el post, me ha encantado el fondo, la forma y el mensaje.
ME ENCANTA!
David Barreda
Beatriz Valero dice
Gracias por tus palabras, David. Me alegro de que te haya gustado.
Un abrazo,
Bea