Ni si quiera en sectores tan tangibles como la moda donde hay estándares de belleza, o en el deporte donde existen marcas establecidas, es fácil definir talento. Porque precisamente el talento es algo relativo y con un sentido mucho más amplio como para medirlo en función de unos cánones. El talento no es tan sólo cuestión de hacer bien las cosas, de superar unos ingresos, de ser bueno en esto y aquello, sino que también va ligado a la actitud. Cuántas veces no habremos dicho aquello de “¡cuánto talento desperdiciado!” Y es que, efectivamente, el talento hay que trabajarlo de una manera eficiente porque por sí solo, pasa absolutamente desapercibido e incluso se convierte en polvo.
Pero, ¿y qué es el talento? ¿Todos tenemos talento? Hace años alguien me preguntó “¿cuál es tu talento?”, y yo, recién salida de la universidad, pensé “si no practico ningún arte y no soy especialmente buena en ninguna materia…” Y antes de contestar me dijo, “piénsalo Bea, porque todo el mundo tiene talento“.
Con el paso de los años me he dado cuenta de que efectivamente yo tengo talento, pero tú también. Y es que, al contrario de lo que muchos puedan pensar, el talento está mucho más cerca de lo que crees y más lejos de lo que podrías esperar.
Mi madre, por ejemplo, tiene un trabajo no cualificado aunque sí requiere una destreza y una capacidad de trabajo de las que quizás yo no dispongo. Parece mentira que mis cualificaciones y la gente talentosa de la que me he rodeado desde hace años se vean ensombrecidas por las capacidades y la supuesta falta de cualificación de mi madre. ¿Y cuál es el talento de mi madre? Pues bien, creo que la capacidad resolutiva de una madre es difícilmente alcanzable.
Parece mentira que con los medios de que disponemos hoy en día me resulte imposible, por ejemplo, sacar adelante una planta. Y no es que a mi madre se le den bien las plantas, o tenga más tiempo y por ello haya montado un invernadero en casa. Resulta curioso como yo, por ejemplo, sin tener ni idea de blogs, he conseguido montar uno y he aprendido mucho más de lo que pensaba en el último año. Y sin embargo, la planta, a la que trato de poner todo mi cariño y dedicación, me mira de refilón cada vez que paso por delante. 20 días han bastado para que, dejando sola mi casa, mi madre convierta un mísero esqueje triste y aburrido en una auténtica planta tropical que cuando abro la puerta me dice “ahí estás, pringada”. Y lo peor, es que te deja el listón tan alto que sientes la presión detrás de la nuca para poder mantenerla, al menos, viva.
Y es que el talento no se limita a las cualificaciones, ni tampoco a las destrezas adquiridas tras años repitiendo una tarea como la maravillosa cocina de mi madre. Aunque me escueza, su talento no es cocinar esas croquetas insuperables. El talento le sale solo y está en cada detalle, porque aún hoy mi madre es capaz de resolver y transformar un problema en algo sencillo. Lo desmenuza con tal naturalidad y simplicidad que me deja abrumada. No será capaz de hablarte del mundo digital ni leer una palabra en inglés más allá de milk y chicken, pero es capaz resolver cosas que ocurren a nuestro alrededor que son prácticamente imperceptibles pero absolutamente existentes y necesarias y eso, para mí, es el verdadero talento. Mi madre crea e innova cada día, aunque sus tareas sean rutinarias, repetitivas e incluso aburridas. Dentro de esa box ella es capaz de ver más allá, de think out, de ser creativa en su parcela y a su manera. De gestionar mil problemas sin olvidarse de ninguno.
A lo largo de los años me he dado cuenta de que el talento es una palabra que abarca multitud de términos y que se va completando con el paso del tiempo. El talento no va asociado a estudios, conocimientos, proyectos o posiciones alcanzadas. El talento se potencia a través de la actitud y de cómo desarrollamos y aplicamos nuestras competencias.
El talento de mi madre es su forma de vivir y a la vez de sobrevivir, es su fortaleza frente a cualquier adversidad, la defensa y puesta en valor de su equipo, su liderazgo y desarrollo de personas, su capacidad de autocontrol, su afán incansable, su capacidad de organización y de análisis, su contribución al objetivo común y su orientación al logro de todos y cada uno de los que hemos estado en esa casa. Y esto no lo pone en un diploma universitario, ni tampoco en su curriculum de madre de dos hijos, esposa y ama de la Casa S.L. Tampoco lo pone en los libros que nunca ha podido estudiar, ni lo ha aprendido de compañeros ni gurús. Esto lo ha generado y lo ha trabajado ella misma, dando lo mejor de sí y aplicando todos sus recursos y competencias. Y esto, para mí, es TALENTO.
Beatriz Valero – hija de mi madre
Imagen: morguefile.com
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