Existe un tipo de raza en las empresas que se manifiesta y se revuelve, sobre todo cuando la rutina acecha, y que resulta incompatible con aquellas tareas más propias del fenómeno de la procrastinación. Hablo de los “curiosos” por excelencia. Los curiosos, que no cotillas ni remolones, pueden confundirse con la desgana y la rebeldía. El curioso generalmente muestra un afán de aprender, de conocer cosas nuevas y, en consecuencia, de hacer cosas nuevas. El curioso ciertamente puede mostrarse rebelde ante tareas que infravalora, e indisciplinado ante cuestiones que le resultan rutinarias, porque el curioso puede hacer “lo justito” ya que hacer más de aquello, definitivamente le marchitaría.
El curioso es experto en procrastinar y avanza en una línea paralela que, en situaciones, se tuerce, adoptando un comportamiento más o menos común al del resto. Su comportamiento es reorientable pero su actitud es prácticamente innata y su tendencia a conocer y aprender no puede aplacarse. Con ello, no justifico el comportamiento de “el curioso”, al que le puede resultar difícil aceptar determinadas situaciones, asumir su responsabilidad, acatar e incluso comprometerse con determinadas tareas. Pero quizá, el origen de esta visible rebeldía, desgana, indisciplina o falta de compromiso no sea más que el resultado de dos gruesas cadenas que le privan de movimiento, de cuatro paredes en un pequeño cuarto sin ventanas donde no tiene opción de ver la luz.
El curioso se siente “encarcelado” y tan sólo busca libertad. Libertad de pensamiento, libertad de palabra, libertad de decisión y libertad de ejecución. El curioso no es egoísta y quiere compartir contigo lo que aprende y lo que visiona. El curioso se revuelve porque si no se revuelve, se hace pequeño, hasta quedar reducido a cenizas. No le subestimes, pero tampoco le malcríes. Recuerda que es uno más del equipo, recuerda cuál es su deber y su responsabilidad, pero eso sí, también recuerda sus capacidades, sus inquietudes y recuerda su potencial.
Precisamente dar alas a esa curiosidad ayudaría a mantener y fortalecer el compromiso de esa persona para con la empresa. Permitirle libertad de pensamiento e innovación, permitirle autonomía y, a la vez, guiarle (que no ordenarle) y recordarle y motivarle hacia la consecución del objetivo del equipo.Porque el curioso no tiene miedo, su valentía le llevaría a asumir riesgos que quizá el equipo no este dispuesto a asumir pero que podrían suponer una oportunidad de mejora, de crecimiento. El curioso debe conocer sus funciones, sus labores, los valores de la empresa y los objetivos del equipo, pero el curioso también debe asumir el papel de “descubridor” y compartir sus descubrimientos con los miembros para, juntos, aprender haciendo. Porque en el mundo de las organizaciones, donde todo evoluciona rápidamente, donde el entorno es cambiante y las empresas luchan por adaptarse, quizá el curioso, el rebelde indisciplinado, ayude no sólo a adaptarse, sino a anticiparse. Precisamente, la correcta gestión de las expectativas del curioso y el cuidado y puesta en valor de su talento, así como el despliegue de su afán creativo pueden ser la clave del cambio.
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