La educación que recibimos desde pequeños, sin lugar a dudas, se basa en los valores que nos transmiten nuestros padres y que, aunque el tiempo y la experiencia nos hagan evolucionar, de alguna u otra nos acompañarán el resto de nuestra vida.
Cuando somos pequeños no tenemos suficiente capacidad de decisión ni elección sobre lo que queremos o debemos hacer, tan sólo seguimos nuestros impulsos o lo que nos dictan nuestros padres. A medida que crecemos, sin embargo, comenzamos a ser capaces de diferenciar entre lo que verdaderamente nos motiva y lo que no, entre aquello a lo que querríamos dedicarnos y a lo que no, y entre lo que “se nos da bien” y lo que no se nos da tan bien…
Los padres nos educan y nos guían en lo que creen que será lo mejor para nuestro futuro. Viven con el miedo constante de ver a sus hijos equivocarse y fracasar y, por ello, para algunos padres resulta tremendamente difícil diferenciar entre lo que quieres ser tú y lo que a ellos les gustaría, o consideran que deberías ser.
Te pongo un ejemplo claro que seguramente en mayor o menor medida todos hemos experimentado. Cuando eres un niño, tus padres deciden que dediques parte de tu tiempo libre a alguna actividad extra escolar, por ejemplo, hacer deporte. Tú, como niño, aún no eres realmente consciente de lo que eso significa y te dejas llevar, unas veces agradecido y otras menos, por las clases de ballet, el baloncesto, el karate o el patinaje.
El tiempo pasa y las horas de práctica comienzan a generar unos resultados. Resultados que consisten en el propio desarrollo de las destrezas o bien, el sentir que mientras te pones el kimono y te atas el cinturón, no puedes dejar de mirar a aquel que a tu lado se ata las zapatillas de tacos para salir al campo.
Mientras tú demandas un cambio, tus padres se plantean si verdaderamente disfrutas haciendo aquello que “se te da bien” y si merece la pena permitirte que hagas lo que te gusta en detrimento de aquello en lo que eres bueno. Y no sólo hablamos de deporte, sino de cualquier tipo de aprendizaje: las matemáticas, los idiomas, el baile, etc. Reflexionando sobre este tema y viendo los casos que conozco, precisamente los padres suelen centrarse en mejorar nuestros puntos débiles en aspectos académicos, mientras que para las destrezas, se centran más en los puntos fuertes.
El debate está abierto. Dedicarte a aquello que realmente se te da bien, donde eres bueno y puedes destacar aunque no te apasione, o bien dedicarte a lo que te apasiona aunque seas consciente de que tus resultados no van a despuntar especialmente (al menos en el corto plazo).
En mi opinión, debes hacer aquello que realmente te gusta, con lo que disfrutas, pero para sentirte plenamente satisfecho deberás utilizar tus herramientas más potentes, hacerlo a través de aquello que se te de bien. Te pongo un ejemplo claro, aunque algo sencillo. Tú puedes ser muy bueno en los idiomas y en la relación con las personas, pero querer dedicarte a la publicidad sin demostrar grandes dotes de creatividad puede resultar un problema. Por lo que la solución podría ser, se me ocurre, a través de tus dotes relacionales adquirir un mayor número de acuerdos de colaboración y conseguir nuevas ideas y tendencias del mercado mediante el propio conocimiento de las personas. Es un ejemplo muy simple y, en ocasiones, nada fácil de poner en práctica, pero sería una alternativa.
No nacemos teniendo ciertamente claro qué queremos hacer en la vida y qué nos apasiona. Quizá, inicialmente, nos vengan dadas ciertas habilidades pero no tenemos un objetivo claro con respecto a nuestros gustos y pasiones, ni a cómo desarrollar unas u otras capacidades para alcanzar el éxito. Por ello, bajo mi punto de vista, una alternativa sería “dejar hacer”: permitirnos hacer aquello que realmente nos gusta y verificar por nosotros mismos si tiene algún futuro, si podemos dedicarnos a ello o únicamente tomarlo en cuenta como una distracción o disfrute personal que, a su vez, nos servirá para conocer nuevos terrenos en que movernos.
Pero cohibir a alguien por el mero hecho de no ser altamente cualificado, capacitado o hábil para una tarea es cerrar puertas al éxito, ya que el éxito no es únicamente resultados tangibles, ni cifras, el éxito es el crecimiento y la satisfacción personal, el éxito es el equilibrio emocional.
Las personas tenemos instinto de supervivencia y luchamos. Debemos perseverar, luchar por nuestro sueño. Si es difícil alcanzarlo siempre podemos encontrar un camino secundario, aunque sea más largo, o siempre podemos encontrar otra alternativa que finalice lo más cerca posible. Nadie dijo que el éxito fuera fácil, pero en ocasiones, no es nuestra capacidad para desempeñar una labor la que nos lleva al mismo, sino el esfuerzo constante, la astucia, la inteligencia y el compromiso.
Imagen: morguefile.com
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