A diferencia de otra culturas europeas, en la cultura española la diferenciación o la separación entre la vida personal y profesional es, en muchas ocasiones, algo difusa.
Ejemplo de ello es nuestra forma de trabajo, a veces considerada ineficiente, en la que una reunión puede comenzar con un “¿qué tal te va todo?, ¿cómo está tu familia?”, y continuar con una respuesta sincera y detallada. Se trata tan sólo de una forma cordial de iniciar una conversación pero que conlleva una respuesta personal y que, generalmente, da lugar a una breve charla sobre algún asunto fuera del ámbito laboral.
Si bien es algo que forma parte de nuestra cultura de una manera general, siempre hay excepciones y algunas personas separan de manera consciente y concienzuda su vida personal de su trabajo. Por supuesto, es totalmente respetable, sobre todo teniendo en cuenta que algunas otras las unen de tal manera que el hecho de compartir determinadas hazañas personales llega a resultar imprudente.
No obstante, considero que hay una diferencia entre proteger tu intimidad y tu vida, y mostrarte absolutamente hermética e indiferente, no sólo con tus hechos y situación personales, sino con los de aquellos que te rodean y que pasan gran parte de su tiempo a tu lado. Y es que una cosa es hablar de prudencia o de salvaguardar las distancias y otra, muy distinta, de falta de empatía.
De la misma manera que es respetable mostrar una barrera infranqueable entre tu perfil profesional y personal, lo es también, mostrar un perfil mixto en el que un chascarrillo personal sea parte de la rutina diaria. Pero precisamente, separar ambos perfiles no requiere indispensablemente mostrarse inhumano.
Aquellas personas que son sensibles en su ámbito de trabajo no necesariamente están mezclando su yo personal con su yo profesional. Tan sólo se muestran tal y como son, humanos. No se trata de dejarse llevar por emociones o sentimientos personales, sino de trabajar desde las cualidades de cada uno. De hecho, esta sensibilidad, esa naturalidad, puede generar conexiones entre los miembros del equipo y fomentar la “Valiosa Complicidad”, de la que hablamos hace unos meses.
Sin embargo, hay personas cuya gelidez y distanciamiento las hacen, en primer lugar, inaccesibles y opacas (lo que dificulta las relaciones y comunicación con ellos) y, en segundo lugar, pueden llegar a menospreciar, no comprender e incluso rechazar a aquellas personas más abiertas a mostrar sus sentimientos o a compartir algunos aspectos de su vida personal. Dentro de los límites de la prudencia, mostrarse sensible es algo humano y natural incluso en el entorno profesional. Es más, esta cualidad es justamente la que puede determinar un buen liderazgo basado, entre otras cosas, en emociones.
Ese distanciamiento puede generar desconfianza e incluso miedo, lo que merma la comunicación e incluso el rendimiento. Claro está que aquel que airea a los cuatro vientos sus hazañas personales no puede ni debe esperar lo mismo del resto, ni tampoco puede esperar que no se le tache de imprudente. Ahora bien, también es cierto que la etiqueta que le adjudiquen, no dependerá tanto de lo que airee como de los prejuicios de los que le rodeen.
Es por ello que la mayoría estamos abocados (también por nuestra cultura) a mostrar un poquito más de nosotros al margen de nuestras cualificaciones y habilidades profesionales. Y es que nuestras habilidades y capacidades profesionales y personales, o bien son derivadas unas de otras o bien se complementan, lo que hace que nuestro perfil, nuestra forma de actuar e incluso nuestra marca personal esté equilibrada y se adapte a los distintos entornos (o al menos así debería ser).
Además, hemos de tener en cuenta que pasamos la mayor parte de nuestra vida en nuestro lugar de trabajo, con nuestros compañeros y nuestros jefes, lo que nos lleva involuntariamente a “bajar la guardia” en nuestro yo profesional, de manera que después de tantas horas nos vemos abocados a mostrarnos un poquito más nosotros mismos. Asimismo, mostrarse impasible ante los sentimientos de los demás y hacer una separación y distinción absoluta de nuestras vidas puede resultar imposible, además de agotador.
Naturalmente, cada uno gestiona esta separación de vida personal/ profesional como estima oportuno y todos debemos respetar lo que decida el otro. Pero no considero que mostrarse un poquito más “uno mismo” en el trabajo, nos lleve a ser menos profesionales o a condicionar nuestra carrera. Al fin y al cabo, nuestra faceta principal en la vida es la de ser personas y las empresas y los equipos cuentan, ante todo con eso, con personas que aportan lo mejor de sí mismas en su ámbito laboral y tienen derecho a mostrarse como lo que son, en mayor o menor medida. Así, la esencia y el talento de un buen profesional, vendrá determinado no sólo por sus conocimientos y experiencia, sino por su propia personalidad y visión de la vida.
Beatriz Valero
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