Beatriz Valero

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El silencio que grita. Acoso escolar

31 enero, 2016 Por Beatriz Valero

Recuerdo bajar la calle y oír un grito por la ventana. Apenas pude ver su cara pero no tenía duda de quién era. Se dedicaban a escoger víctimas, esa mañana había sido yo, quizás por la tarde sería otra. Afortunadamente, mi circulo era suficientemente sólido y reconfortante para que pudiesen acabar conmigo. Quizás tuve suerte y no trascendió demasiado, o tal vez fue cuestión de carácter, quién sabe.

Terminé el colegio con 12 años y entré en el instituto. Si en los últimos años de colegio te crees el rey del mambo por ser de los mayores, en el primer año de instituto un sistema educativo diferente te pone en tu sitio, y una multitud que te supera en años, te baja a ras de suelo. Para los que venían con la cabeza alta, era pura supervivencia. Para los que ya entraban agachando la cabeza, aquello suponía una sentencia de muerte. La supervivencia suponía unirse al enemigo y convertirse en uno de ellos, al menos de cara a la galería. La sentencia de muerte consistía en la anulación absoluta.

Por aquel entonces (y no hace tanto), “acoso” tenía connotaciones más bien sexuales. Sin embargo, los insultos, empujones en la entrada del colegio, tirones de pelo bajando las escaleras, escupitajos desde las ventanas, lanzamiento de objetos en clase, robo de bocadillos en el recreo, collejas y un sin fin de acciones cotidianas eran “chiquilladas” de colegio o “gamberradas” de adolescentes. Que aquellos desgraciados, convertidos en objetos de la ira y saña de otros, se fueran torciendo en su progreso escolar, nada tenía que ver con años de vejaciones a los ojos de muchos empleados de aquel edificio. Eran chavales con problemas, que necesitaban refuerzo o que no servían para estudiar, o eso les dirían a sus padres. Sin embargo, los verdaderamente problemáticos eran otros. Aquellos que salían, no solo airosos de sus hazañas, sino absolutos vencedores prácticamente manteados y vitoreados por un miedo disfrazado de admiración.

Algunos de esos objetos de la ira desaparecían de la noche a la mañana, se iban a otros colegios y cuando volvías a verles solían caminar como personas, dejando atrás el bochorno. Todavía hoy me cruzo con algunos, acosados y acosadores. Sobre algunos acosados pienso “¿tendrían narices a insultarle ahora?”. Sin embargo, otros todavía llevan parte del peso sobre los hombros. También me cruzo con acosadores y no puedo evitar fijar la mirada en ellos y pensar en cómo sería meterles esa colleja….pero en la gran mayoría de los casos, la colleja ya se la ha dado la vida.

El acoso presencial estaba ahí, aunque no generaba muertes (o al menos no que supiésemos) y no le habían asociado un término anglosajón, bullying. Pero era asumido como parte del proceso de madurez. Y al igual que pasa años después, era un secreto a voces entre todos los alumnos, pero el silencio se expandía denso y sólido más allá de los muros del colegio.

Lo que más vergüenza daba era, precisamente, que tus padres pudiesen presenciar los insultos a los que estabas sometido. Lo que incomodaba no era que te acompañasen al colegio creyéndote ya un “adulto”, sino que se descubriese todo el pastel y empezasen las preguntas incómodas.

Pensar que te quedaban más de 6 años de este calvario, era incrementar el miedo al nivel de auténtico pavor y, sobre todo, reducir la poca fuerza interior que te quedaba para luchar contra ellos.

Si todo esto te resulta terrible, ahora añádele un alcance infinito soportado por multitud de formas de conexión a través de redes sociales y métodos de humillación. Quizás así, seas capaz de entender por qué un niño es capaz de quitarse la vida. Quizás así, sean capaces de hacerlo otros que tienen el poder para cambiar un sistema en base a los intereses de la sociedad y no de un partido.

Pero no es justo culpar únicamente a un sistema educativo permisivo con este tipo de actos, sino que todos y cada uno de nosotros somos responsables de la educación que reciben los niños y del futuro de las generaciones. Y es que vale más la educación en el respeto y el cariño que cualquier cambio político. De qué sirve que algunos eduquen a sus hijos en estos valores si hay otros padres que no sólo permiten las faltas de respeto, sino que además las fomentan y las premian. Adicionalmente, no olvidemos que nuestra propia educación y manera de comportarnos debe ser coherente con la que pretendemos que reciban nuestros hijos, y no alardear de la empatía que tratamos de inculcarles a nuestros pequeños si nosotros mismos no sabemos ponerla en práctica.

Ningún ser humano debería nunca pensar que no merece la pena seguir viviendo, no hablemos ya de niños…Y ni mucho menos debería alguien pensar en dejar de vivir por culpa de la maldad gratuita de otros cuya vida sí está vacía de lo que de verdad merece la pena.

Vive y deja vivir.

 

Beatriz Valero

 

Imagen: morguefile.com

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Comparto mis reflexiones, ideas y aprendizajes para estimular el desarrollo personal desde una visión humana y también profesional. Me dedico a las Personas, mundillo más conocido como Recursos Humanos

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