No sé si es cosa del frío pero hoy me han venido a la cabeza esos días soleados de verano en la piscina, sumergida en las páginas de un libro aunque inevitable no levantar la vista y distraerse con tanto renacuajo corriendo alrededor. Y precisamente me ha venido a la cabeza algo que presencié y que me ha hecho reflexionar durante los últimos meses.
Me refiero al aparentemente entrañable encuentro entre una abuela y su nieto de unos dos años. El primer contacto de ambos fue una muestra de cariño de su abuela, de esas que te sacan una sonrisa, cuando bajé de nuevo la mirada hacia mi libro escuché “dónde vas con pulseras, maricón”. Me quedé perpleja, dudé si realmente había oído bien y de nuevo escuché “pero dónde vas con pulseras, maricón”. Mis oídos no daban crédito.
Efectivamente, el niño llevaba una pulsera de colores. Afortunadamente el pequeño apenas se inmutó y el padre, también vistiendo pulseras, si estaba de acuerdo o no, no lo manifestó de ninguna manera.
Yo, sin embargo, me quedé estupefacta, pensando durante largo rato en la escena que, lamentablemente, me explicaba muchas de las cosas que veo en adolescentes y adultos estos días. Quizás fuese un episodio puntual y aislado sin mayor transcendencia, pero a mí me sonó a un ejemplo más de una pobre educación que en unos años puede llevar al niño a faltar al respeto a los demás, cuando no a minar su propia autoestima o libertad.
Nos sorprendemos por las noticias que nos llegan desde diferentes puntos de nuestra geografía por chavales y no tan chavales, auténticas faltas de respeto y de sensibilidad que algunos no logramos entender y que, en demasiadas ocasiones, son el resultado de una “descuidada” educación. Pero francamente, no es más que la crónica de algo anunciado. Sólo hay que mirar las redes sociales y ver cómo algunos padres airean a los cuatro vientos auténticas barbaridades. Si esos mensajes se transmiten en público, ¿qué están transmitiendo a sus hijos en casa?.
Y es que sea cual sea la raza, religión, ideología política, sexo, vestimenta o personalidad, hay que educar a los niños en y desde el respeto y la tolerancia, lo que implica flexibilidad y adaptabilidad. Que sean capaces de no sólo respetar, sino convivir con personas “diferentes”, maneras de trabajo distintas, adaptarse a cambios, ser capaces de superar obstáculos, de redirigir el rumbo de las cosas, de alcanzar sus objetivos futuros respetando los del resto y, sobre todo, de respetarse y quererse a sí mismos. Se trata de que abran la mente, sin perjudicarse ni perjudicar a los que les rodean.
Algunos padres no se dan cuenta de que inculcando ciertos valores lo único que generan es un hermetismo hacia lo que es diferente que perjudicará al futuro del niño o la niña, tanto en el ámbito personal como profesional. Precisamente, cuando le haces creer a un niño que él es superior a otro o simplemente le haces ver que no hay nada que aprender de los demás, le estás haciendo involucionar e ir contra viento y marea.
Tus hijos, lo quieras o no, posiblemente trabajarán en multinacionales en las que tendrán que tratar y negociar en reuniones con personas de diferentes culturas, que hablarán distintos idiomas y se comportarán de manera distinta y desconocida. Quizás sus propios jefes puedan ser de otra religión, inclinación o raza y serán en parte responsables de su desarrollo. Tanto en las entrevistas como en las oportunidades de carrera, se tendrán en cuenta habilidades y capacidades tales como la flexibilidad, la empatía, la adaptabilidad, la gestión del cambio, la asertividad. Pero además, también se valorará la capacidad para relacionarse con otros y no únicamente de su misma cultura ni forma de pensamiento. Y posiblemente, se buscarán valores como el respeto, la tolerancia, la ética, etc. ¿Cómo esos niños que recibieron mensajes de intransigencia, van a poder hacerse un hueco dentro de organizaciones que no son internacionales, sino globales?.
Es más, no les dificultarás únicamente crecer profesionalmente, sino personalmente. Ellos mismos querrán viajar, moverse por el mundo, relacionarse, estudiarán con otras personas, se sentarán en el metro con un sin fin de estilos, se enamorarán de quien decidan, intercambiarán palabras, ideas e incluso proyectos con multitud de gente y querrán ser libres.
En un mundo tan global y conectado, donde las redes sociales se convierten en uno de los principales soportes de intercambio de información y conocimiento, donde no hay distancias, ni barreras, donde adquieren cada vez mayor protagonismo palabras como “co-creación“, “crowdfunding” o “economía colaborativa”, es necesario abrirse al mundo y a las personas. Las formas de trabajo y la manera de relacionarse están cambiando, se intercambian palabras en una misma lengua independientemente de la lengua de origen, se trabaja codo con codo independientemente del estrato, la clase, la ideología, o cualquier otro aspecto que nos haga “diferentes”.
La educación, por tanto, no debe basarse en generar etiquetas, ni clases, ni obstáculos, sino en potenciar, por un lado, el respeto propio y la autoestima pero también el respeto por los demás y la capacidad de aprender de otros en cada una de las experiencias que vivimos. Se trata de animar a nuestros hijos a que compartan y a que reciban con cariño lo que los demás pueden compartir con ellos.
Por qué no ahora que empezamos con los propósitos de año nuevo, te dejas de gimnasios, de tabaco, de gastos y de memeces que no vas a cumplir y haces un profundo balance sobre aquello que te lleva o no te lleva a ser feliz, a ti y a los tuyos, y te propones aprender y mejorar, tratar de ser más tolerante y entender que los que te rodean son PERSONAS de carne y hueso como lo eres tú. La vida da tantas vueltas que si eres tan estático, al primer giro de 180º grados te vas a caer redondo del mareo, así que mi recomendación es que este 2017 de vez en cuando hagas un pequeño giro sobre ti mismo.
Feliz año a todos 😉
Beatriz Valero
Imagen de cabecera: morguefile.com
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