Cuando acaba un año, hacemos balance de lo bueno y malo (como decía esa canción que tanto le gusta a mi amiga Sandra) porque si hay algo que es cierto, es que aunque creas que ha sido el peor año de tu vida, estoy segura de que puedes sacar algo positivo, por pequeño que sea. Y así, una vez que hemos hecho balance, surgen nuevas metas y propósitos que pretenden “arreglar” algunos aspectos del año anterior.
¿Recuerdas los propósitos del 2013? Apuesto a que, desmenuzándolos, apenas sí has logrado un 30%…y es que así somos, los propósitos son como sueños que nos merodean por la cabeza pero que, en ocasiones, ni nosotros mismos llegamos a creernos y dejamos pasar de largo sin pena ni gloria. No porque sean inalcanzables, sino porque en el fondo sabemos que siempre tendremos una excusa “mejor” para no llevarlos a cabo y seguir como estábamos.
Y es cuando acaba el año es cuando vuelven a tu cabeza aquellos tres o cuatro (por no hablar de más) propósitos que compartiste en redes sociales, que gritaste a los cuatro vientos, que incluso interiorizaste durante unos días y que, finalmente, decidiste posponer para una nueva vida que sabes que no llegará. Quizá eran importantes y quizá no lo eran tanto.
Generalmente, nos proponemos aprender a hacer algo: aprender a esquiar, a manejar un idioma, aprender a cocinar, aprender a manejar un blog (este sí lo cumplí :)), aprender a hablar con mayor “madurez” (este lo cumplen pocos), aprender a bailar salsa (este va en el pack del gimnasio, así que ya sabéis como suele acabar), aprender a poner cadenas al coche… Pero pocos se proponen algo menos físico y tangible, pocos se proponen aprender a vivir, aprender a sentir, o aprender a emocionarse.
Porque si hay algo cierto en esta vida, es aquello de que “de todo se aprende”. Aunque creas que ha sido el peor año de los vividos y que la vida es injusta, sólo tú podrás demostrarle a la vida que al final pesan más las alegrías que las penas.
Y por qué no dejas esos propósitos del gimnasio, las dietas… y te propones vivir, soñar, reir al lado de los que quieres, llorar de vez en cuando, compartir segundos y vivencias con otros, escuchar a los que te rodean e ir recogiendo pedacitos de su historia y su experiencia, leer novelas e imaginar que estás en ella, dejar de prejuzgar e intentar comprender, aprovechar cada paso y cada movimiento.
Y por qué no te propones no dejar que nadie te quite la ilusión y dar rienda suelta a tus proyectos e ideas. Y por qué no te propones algo que muchos olvidan: tener aspiraciones en la vida. Aspira a ser mejor persona, a conocer lugares y personas diferentes, a desarrollar tus capacidades y a entrenar otras, a tener gente a tu lado y prestarles atención.
Y por qué no te propones aprender lo que es la prudencia y la discreción, lo que es la honestidad y la empatía, lo que es la felicidad y el optimismo, lo que es la resiliencia y la colaboración. Aprende nuevos valores, arraiga tus principios más valiosos e incorpora otros nuevos que te hagan ser mejor persona.
Al final, en el balance de cada año, lo más importante será valorar qué hemos aprendido y cómo vamos a compartirlo. Y, así, proponernos para el nuevo año seguir aprendiendo, seguir creciendo y, ante todo, seguir viviendo.
Fuente imagen: Unsplash.com – Dương Trần Quốc
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