
A pesar de que considero que todos los días son días para la mujer, para seguir peleando por la igualdad y por lo que valemos, no puedo evitar sentirme emocionada en días como hoy, donde se palpa en el ambiente la hermandad y camaradería, la empatía y la fuerza que desprendemos. Y afortunadamente, cada vez más, nos vemos arropadas por los hombres que nos rodean, cuyo mérito es también destacable por pelear por nuestros derechos y por resaltar nuestra capacidad.
Pero hoy más que nunca, quiero contar mi historia personal, algo que comenzó hace unos meses y sobre lo que he reflexionado en numerosas ocasiones.
Soy mujer, creo firmemente en la igualdad, ya sea de género o de cualquier otra cosa, y confío en las capacidades y el potencial de las personas, independientemente de lo que tengan entre las piernas (seamos claros). Sin embargo, en estos últimos meses me he dado cuenta de que, a pesar de los avances, seguimos inmersos en una sociedad con grandes desigualdades. El problema es que estas desigualdades están tan arraigadas, que no somos conscientes de que existen y de que incluso nosotras mismas somos partícipes de ellas.
Desde hace aproximadamente siete meses, un pequeño ser crece en mi interior. Un ser que llegó con mucha emoción pero grandes inseguridades y miedos. Un pequeño que conforme va creciendo ahí dentro, me hace dedicar un gran número de horas al día a pensar en él, en mí, en el futuro, en mi carrera, en lo que me rodea, y a sentir esa montaña de emociones tan característica, especialmente cuando es tu primera experiencia.
Con él, han llegado otras muchas decisiones que afectan a mi vida personal y profesional, con el objetivo siempre de garantizar su bienestar y la felicidad de toda la familia.
Hace unos meses (no muchos) recibí la llamada de una consultora hablándome de una oportunidad laboral interesante. Mi respuesta fue “me interesa, pero hay un tema que quiero comentarte antes…”. Cuando le hablé de mi embarazo, ella me comentó que lo hablaría con la compañía. En ese momento pensé que era una pena que no me hubiesen llamado unos meses antes (dando por hecho, que quedaba fuera del proceso). Cuál fue mi sorpresa cuando horas después me llamó para comunicarme que no había inconveniente (y he dicho sorpresa, porque no me lo esperaba).
Durante el proceso y las entrevistas nadie hizo mención a mi “situación” ni sentí un ápice de interés en la misma. Esto me generaba gran desconfianza y hasta que no firmé, no sentí que verdaderamente no era un inconveniente para ellos. Curioso, ¿no?
Pero aun hay más. Cuando lo comuniqué a compañeros, amigos y familiares, su cara era de auténtica sorpresa, los comentarios más repetidos fueron: “¿tú?”, “pero ¿saben que estás embarazada?”, “esto dice mucho de la empresa”. Pues sí señor@s, las caras eran de incredulidad, la misma que tenía yo al inicio del proceso. Y no les juzgo (ni a mí), teniendo en cuenta en el mundo en que nos movemos.
¿Quién estaba fomentando aquí la desigualdad? Pues creo que yo misma me había establecido unas barreras que eran inexistentes y, en el fondo, estaba anteponiendo unas circunstancias puntuales de mi vida, a mi verdadera valía y mis capacidades. Yo misma, no me estaba creyendo “igual” por los siguientes motivos:
- En un estado ya tan avanzado, nunca me hubiese planteado inscribirme en la posición. Sí lo habría hecho en los primeros meses, pero en aquel momento ya no
- Durante el proceso, tuve que reconfirmar un par de veces que la empresa realmente tenía toda la información. El hecho de que no me preguntasen, me hizo dudar
- En algún momento, tuve dudas sobre qué ropa ponerme en las entrevistas. Absurdo, ¿no creéis?
Afortunadamente, creo en mí misma y en mi valía como candidata, independientemente de mis circunstancias. Esto me ha dado energía y motivación para continuar en el proceso y tomar la decisión de aceptar el puesto, con la mayor de las ilusiones. Quizás, otra persona podría haber seguido dudando y habría decidido no continuar.
Ahora me encuentro en un momento de mi vida de grandes cambios, confío en que todos ellos son positivos y que tengo la capacidad y el entusiasmo para afrontarlos y disfrutar de ellos. Pero no puedo negar que en momentos fui yo misma, precisamente por ser mujer, quien puso esas limitaciones arrastrada por valores que no me pertenecen pero que nos rodean cada día, especialmente en el ámbito laboral.
Por eso quería compartir mi experiencia y reflexiones, porque creo que bastantes obstáculos tenemos que sortear hoy en día por el mero hecho de ser mujeres, como para que nosotras mismas nos pongamos nuestras propias trabas.
Creamos en nosotras mismas, como lo ha de hacer cualquier persona, en que podemos, en que valemos y en que somos iguales. Y cuando lo hagamos, actuemos conforme a ello, con todo nuestro potencial y con toda nuestra fuerza. Solo desde nuestro propio valor y convicción podemos luchar por la igualdad y podemos juntos cambiar el mundo, por nosotras y por todas las que vienen.
Felicidades, mujeres.
Beatriz Valero
Fuente de la imagen: propia
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