¿Hasta qué punto somos vulnerables a la influencia de los que nos rodean? Hace unas semanas presencié una sesión de formación en la que se demostraba cómo el comportamiento hacia tu persona de los que te rodean puede modificar tu propia conducta, aun en contra de tu voluntad.
Este ejemplo es típico dentro de grupos de trabajo en organizaciones donde, como muchos habréis vivido alguna vez, algunos personajes ya tienen colgada su etiqueta, no necesariamente con connotaciones negativas. A lo largo de mi breve experiencia profesional me han “prevenido” de las siguientes figuras (masculinas y femeninas): el vago, el incompetente, el exigente, el desquiciado que no soporta la presión, el blando, el ogro, el que se “comen” en las reuniones, el interesado, el “medallitas”… Pero también “el crack” (término que todavía está por definir), el “majo” que se lleva bien con todo el mundo, el oráculo que todo lo sabe (lo importante y lo que no), el estratega…etc.
¿Qué quiero decir con esto? En ocasiones nos “previenen” de posibles usurpadores de ideas en el equipo, de aquellos que prefieren charlar a trabajar, o bien nos advierten de auténticos visionarios implantadores de ideas deslumbrantes y conocedores profundos del mercado…No todo es cierto, ni lo uno ni lo otro. Con ello no quiero decir que nos volvamos desconfiados o escépticos, sino simplemente que seamos capaces de fundar nuestra propia opinión.
Muchos de estos personajes se han ganado a pulso su etiqueta, ya sea de forma positiva o negativa. Sin embargo, habrá muchos a los que se les haya clasificado en una u otra categoría en base a un error o incluso a una situación puntual, no por ello extrapolable al resto de su carrera profesional.
Además, no sólo se trata de que el entorno nos influencie en opinión, sino que, finalmente, es esa propia persona quien termina redirigiendo su conducta, confirmando así su propia etiqueta. Es lo que ocurre con el “insignificante” al que todos ignoran y hacen vacío, que es él mismo quien decide pasar desapercibido afianzando así el juicio de los demás.
Por último, añadir que la diversidad de roles es lo que enriquece el papel del equipo, siempre y cuando la contribución de los integrantes a los resultados sea positiva. Por lo tanto, mi consejo es establecer nuestras propias conclusiones sobre la actuación de los demás en base a hechos, intentar dar siempre una segunda oportunidad y, en el caso de que nada de esto funcione, no propagar a los cuatro vientos la etiqueta que le hemos colocado.
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Fuente imagen: Unsplash.com – Tom Sodoge
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